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Neuma

Actualizado: 14 jun




I – Sombras


Una niña sentada en un campo jugaba bajo una enorme antena parabólica. Detrás, un gigante gaseoso se curvaba sobre el horizonte, cubriéndolo todo en luz roja. La niña giraba la cabeza, sus ojos grandes, oscuros, imposiblemente profundos. El mundo no es lo que parece, decía.


No parecía un recuerdo orgánico. El contexto no calzaba. Solo había una colonia terrestre orbitando un gigante gaseoso: Tau Ceti. El occiso difícilmente había salido de la ciudad, mucho menos visitado las colonias. Pero tampoco era una simulación. De eso estaba segura. Irae había pasado mucho tiempo hurgando en mentes ajenas como para saber cuándo un recuerdo era real.


El fragmento era todo lo que logró rescatar del cerebro del cadáver sobre su mesa. El Mnemo le había frito el hipocampo. Hemorragia masiva. Y, sin embargo, ahí estaba. Un recuerdo increíblemente detallado que, de alguna forma, no ocupaba espacio alguno en el implante mnemico.


Cada mes llegaban cientos como él. Demacrados con la cabeza llena de recuerdos sintéticos y los vasos cerebrales colapsados. La app de Neuma Corp. permitía compartir recuerdos como si fueran canciones. Neumados, les decían en la calle. Pobres diablos que preferían revivir vidas ajenas en bucle antes que enfrentar la realidad. Morían de deshidratación, desnutrición o como este, de una aneurisma masiva cuando su cerebro ya podía con tanto abuso.


A veces sentía que los entendía. Quizá hasta envidiaba. Vivir solo los buenos momentos, una y otra vez. Atardeceres dorados, orgasmos perfectos, amores perdidos. Y un día, sin aviso, fuera luces. Los peores casos eran los que lograban hackear el sistema operativo para aumentar la percepción temporal cien, mil veces por encima del límite. Esos se iban en cuestión de horas. Pero en sus cabezas, la fantasía duraba años.


Ella también escapaba, cuando podía. A una playa artificial, un recuerdo de la infancia, o pasar un día perfecto con Nayla, como solían hacerlo. Su trabajo no era fácil: escarbar entre las ruinas de mentes rotas. Buscar sentido entre tanto dolor. Ver a toda una generación perdida en el bosque oscuro de sus propias mentes le pasaba la factura.


La interfaz cerebral no reveló mucho. Los nanobots aún operaban, pero el buffer estaba limpio. Y, sin embargo, el recuerdo persistía. Una escena que, por su fidelidad, debería ocupar cientos de gigas. Colores, olores, sensaciones. El roce del viento en la piel. La emoción que lo teñía todo, tan vívida que por poco la hacía llorar.


Cerró el archivo. Ya era tarde, otro turno doble terminaba. Mañana hablaría con Nayla. Ella sabría qué hacer. Había sido parcheadora, en otra vida, antes de cambiar de bando.


La lluvia no enfriaba el ritmo de la ciudad. Una criatura de metal y neón que palpitaba sin descanso. Irae, en el tren, con la frente apoyada en el vidrio empañado. En cada anden los anuncios intrusivos saltaban directo a su corteza cerebral:


“Recuerda lo que quieres ser, con Neuma Corp.”


“Recuerdos que transforman tu realidad. Descarga Mnemo. ¿Qué estás esperando?”


“Neuma Corp: la memoria es solo el principio.”


“¿Tu vida? Un recuerdo perfecto, con Mnemo.”


Cerró los ojos. La imagen de la niña volvía. “El mundo no es lo que parece.” El tren se sacudió y, por un instante, creyó verla reflejada en la ventana. Una figura menuda, la mirada fija. Pero era solo su propio rostro, exhausto, ojeroso. Solo quería llegar a casa, darse una ducha y dormir sin soñar.

 

II- Humo y espejos


Nayla rumiaba fideos fríos. En otra vida había sido la mejor parcheadora de recuerdos del sistema solar, y su amante. La cárcel había arruinado ambas cosas, pero aún aceptaba algunos trabajos de consultoría aquí y allá. Irae no había dormido. La niña volvía en sus sueños con una familiaridad imposible, como la sensación de reconocer un rostro familiar entre la multitud, acompañada de un sentimiento de urgencia que permanecía con ella.


No podía mostrarle el archivo original, pero sí las notas mentales. Las impresiones grabadas en su Mnemo. Lo suficiente para que Nayla analizara el patrón en su equipo de realidad virtual. Pasó un buen rato sumergida. Le encantaba cuando le llevaba un buen misterio. Cuando emergió, sus conclusiones confirmaban lo que Irae ya sospechaba: el recuerdo no le pertenecía al Neumado. Pero también algo más. Algo más perturbador.


—Fallo de Red Residual —dijo, al fin. Acercándose para susurrar en su oído. Su cercanía le erizaba la piel.


Neuma Corp jamás lo reconocería. Pero ocurría. Nadie recuerda un evento de la misma manera. El cerebro reconstruye, no reproduce. Y la reconstrucción nunca es perfecta, siempre falta o sobra algo. Un recuerdo que pasa de mente en mente se contamina. Mezclándose como pinturas mal lavadas, se distorsiona. Y cuando millones de cerebros están conectados al mismo tiempo, se genera un residuo. Ecos. Sombras. Fragmentos que se filtran al metaverso.


En los foros, los viejos parcheadores murmuraban. A veces, los fragmentos se combinan. Y a veces emergía… algo. No una inteligencia artificial. Algo más. Una conciencia emergente, nacida del caos de recuerdos y personalidades recicladas. Algo que buscaba estructura. Significado. Que intentaba sobrevivir.


Se decía que Neuma los cazaba. Pero los intentos por erradicarlos provocaban una presión evolutiva. Selección artificial en acción. Los fragmentos más escurridizos eran los que sobrevivían. Los que lograban mezclarse, esconderse entre el torrente interminable de recuerdos.


La combinación aleatoria de datos complejos, replicándose como un virus. Cosas muy malas podían surgir de un algoritmo genético fuera de control. ¿Acaso no fue así como todo comenzó? Una molécula que se copiaba, un error de replicación. Cuatro mil quinientos millones de años después, los descendientes esparcían su humanidad por el universo.

O quizás no era más que el delirio final de un cerebro enfermo. Solo había una forma de estar segura.

 

 Vacío. El archivo de memoria, el análisis, la reconstrucción. Todo se había esfumado de los servidores. Irae miraba fijamente la pantalla como si pudiera forzar los datos a aparecer. No importaba. Podía reactivar los nanobots del cadáver, reconstruir el trabajo. Excepto que el cuerpo ya no estaba.


¿Cremado? ¿Qué clase de broma era esa? ¿Quién autorizaba semejante cosa en medio de una investigación activa? ¿Dónde estaba el supervisor de turno? El asistente temblaba mientras buscaba los registros. Dedos torpes, ojos vidriosos.


Finalmente, allí estaba. Una firma. Su firma. Ella había autorizado la destrucción del cuerpo. Cerrado el caso. Causa de muerte: síndrome de retroalimentación cibernética. Diagnóstico oficial. Del fragmento, nada.


Ahora el recuerdo solo existía en su cabeza. Como un retrato hablado. Su subjetividad contaminando los datos, disminuyendo su fidelidad.  Y, sin embargo, lo recordaba con una nitidez que no podía explicarse. La textura, la luz, el olor a heno. La emoción. El peso en el pecho. No podía ser solo un desliz de una mente agotada.


Nayla no ocultaba su incomodidad. Tenía esa mirada que ponía cuando algo olía a problemas. No te metas con Neuma —el mantra de los parcheadores. Los que hurgaban donde no debían, desaparecían. Así de simple. Y esta situación ya tenía varias banderas rojas.


Pero ella no cometía errores. Nayla lo sabía. Y llegaba al fondo de las cosas. Punto. Y esa niña... no era un eco. Ni una fantasía o una emulación. No era un producto del metaverso, ni un glitch emocional. Lo sabía, podía sentirlo. Esa niña existía en el mundo real en algún lugar y ella la iba a encontrar.

 

III- Umbral

Irae pidió el resto del día. En su apartamento, preparó agua, comida, electrolitos. Un kit de supervivencia para una noche de bucear en el metaverso. Se sentó con las piernas cruzadas, encendió su terminal, activó Mnemo. Primero buscó en la red local. Más de lo mismo. slogans corporativos. Millones de imágenes. Algunas casi idénticas, pero todas... falsas. Lo sentía en el pecho. Ninguna tenía el dolor. Ninguna la hizo llorar.


Había otro lugar donde podía revisar: el metaverso local de Tau Ceti. Hizo la solicitud. Aún a velocidades supralumínicas, el mensaje tomaría horas en llegar, y los resultados horas más en regresar. Mientras, probó otra cosa. Puso su Mnemo en modo grabación. Visualizó el recuerdo, lo reconstruyó mentalmente: la luz roja, el olor a ozono y heno, el corazón roto. Grabar. Finalizar.


Busco ayuda —escribió—. Esta es mi mejor aproximación. Si alguien reconoce este recuerdo, por favor, contácteme.


Las respuestas no tardaron. La mayoría eran basura. Comentarios lascivos, teorías conspirativas, spam emocional. Pero uno... uno era diferente.


Es mi sobrina. Murió hace años. Mi hermano grabó ese recuerdo el día de su último cumpleaños.


Johan, era un hombre de rostro pálido, ojeras profundas, pupilas como pozos sin fondo. Un neumado, sin duda. El tipo de gente que vivía más en recuerdos que en la realidad. El uso prolongado de nanobots, agotaba los electrolitos, causando calambres y tics frecuentes. Miraba constantemente sobre su hombro, como buscando a alguien.


Se había negado a enviar nada por la red. Pero accedió a reunirse en persona. Algo inusual, pero Nayla iría con ella. Siempre tan terca. Siempre cuidándola. Aun después de todo. Aun después de ella misma. No tenía palabras para expresar cuánto se lo agradecía.


Les contó de su hermano. Un ejecutivo de alto nivel en Neuma Corp. Habían perdido contacto desde su transferencia a Tau Ceti con su esposa e hija. Aun así, compartían memorias. Cumpleaños, graduaciones. Momentos clave. La niña había crecido brillante, inquieta. Soñaba con volar entre los planetas. Dividir su tiempo entre la Tierra y Tau, nadie tuvo el corazón de decirle que el viaje tomaba años.


Ese era su último recuerdo. El día del cumpleaños. Pocas semanas después, Irae había muerto. Su hermano nunca lo superó. El dolor lo deshizo, perdió el trabajo, su matrimonio. Todo. Retroalimentación cibernética, pero…


¿Perdón? ¿Quién? ¿Irae? ¿Ese era su nombre?


Un silencio. Un parpadeo. Un desgarro en la realidad.


Johan no alcanzó a contestar. Un borbotón rojo y caliente ahogó sus palabras.

 

IV – Calor residual

Irae no escuchó los disparos, hasta que sintió la sangre salpicándole la cara. Entonces, la tienda de fideos explotó en caos. En medio de las astillas volando por el aire, y la niebla rosa, algo la jaló del cinturón, el suelo le sacó el aire de los pulmones. Nayla, las balaceras eran más su especialidad. Apenas podía escucharla entre los disparos, le gritó que no se moviera y se desvaneció entre la confusión.


En un silencio súbito, escuchó como el vidrio crujía bajo unas botas pesadas y el clic metálico de un cargador fresco. La mesa tras la que se escondía desapareció de repente. El tiempo se detuvo, un cañón le apuntaba a la cara, ojos vacíos la miraban. Irae cerró los ojos y la vio. La niña, sonriéndole.


Tres disparos. Rápidos, precisos, y el cuerpo del atacante colapsó sobre el suyo. Nayla, su rostro endurecido, el arma humeaba en su mano. La abrazó, la sostuvo, la besó. Irae temblaba. Cada músculo convertido en nudo. Estaba en shock.


La policía no tardó en aparecer. Cintas amarillas, y uniformes impermeables bajo la lluvia torrencial. Un paramédico las revisó. Nada grave, al menos en el exterior, rasguños y moretones. No así los tres muertos: Johan, la dueña de la tienda y el atacante.


Cualquier otra noche, ella misma habría hurgado en su cabeza por evidencia. Pero no esta vez, hoy era una víctima, hoy le tocaba a otro. Excepto que el desgraciado había matado a su única pista, el cerebro de Johan desparramado por toda la tienda.


Se sacudió a los paramédicos como pudo, no había tiempo de ir al hospital. En el laboratorio, sus colegas la dejaron pasar con miradas atónitas. El asistente de turno ni siquiera intentó discutir.


El cuerpo ya estaba en su mesa. Irae inició el escaneo. El último recuerdo del atacante era de un juego de realidad virtual hiperrealista. Una fantasía inflada llena de acción y música épica. Pero había algo más, algo residual. Una huella cibernética. El caso empezaba a tener sentido.

Alta concentración de nanobots en el hipocampo, el centro de memoria del cerebro. De esperarse si el Mnemo estaba activo. Pero también en la corteza visual y auditiva. Su implante mnémico había sido manipulado.


La estructura temporal que los nanobots construían cuando Mnemo operaba, de alguna manera se expandió para controlar su percepción. No solo sus recuerdos. Su realidad misma. El hombre hubiera despertado recordando una batalla con hordas de extraterrestres, en vez de haber asesinado a cuatro personas.


¿Cuántas capas de seguridad había que quebrar para lograr algo así? Lo había visto pasar, en los días en que el crimen organizado experimentaba con nanobots del mercado negro. Mejoras en ciberseguridad habían cerrado ese portillo. Hoy solo habría una forma de lograrlo, modificando el código fuente de Mnemo. Y solo una entidad en el universo tenía acceso a ese código. Neuma Corp.


¿Cuántas mentes había, atrapadas soñando con paraísos perdidos, mientras sus cuerpos obedecían órdenes ajenas? Marionetas de carne y hueso, Neuma jalando sus hilos invisibles. Millones de usuarios, que podía poseer en cualquier momento. ¿Quién podría oponerse a un poder así?


Y la niña en medio de todo. ¿Quién era? ¿Por qué compartía su nombre? ¿Por qué empezaba a parecerse tanto a ella misma? Antes no podía distinguir su rostro. Pero cada vez que la veía le resultaba más familiar. Irae nunca había estado en Tau Ceti. Pero ¿y si no? Neuma tenía acceso a sus recuerdos ¿Y si ella era la Irae frente a las antenas?

 

V- Ecos


Quería llorar. Gritar. Arrancarse la piel. Sentía su mente rompiéndose en mil pedazos. Nada parecía real. ¿Qué lo era, entonces? ¿La mano de Nayla apretando la suya? Se sentía real. El calor traspasando su piel. Tenía que serlo. Tenía que aferrarse a eso. Y Nayla, siempre al rescate, por supuesto que ya tenía un plan. Su presencia, la única constante manteniéndola atada a la realidad.


En silencio, Irae tomó su lugar en la mesa, la misma donde había visto cientos de cadáveres. Nayla ocupó la silla a su lado. La idea era relativamente sencilla: aislar el recuerdo y correrlo en un constructo seguro. Un entorno digital cerrado, donde Nayla podría monitorearla, mientras ella descendía a confrontar el fragmento, averiguar porque Neuma estaba dispuesto a matar por obtenerlo. Cerró los ojos.


Un estruendo en la calle rompió su concentración. Las alarmas de evacuación explotaron, por la ventana se podía ver el edificio entero evacuando, mientras que hombres fuertemente armados ingresaban. Neuma no iba a dejar que el fragmento se le escapara tan fácilmente.

Entonces, el asistente puso sus manos en Nayla, sus ojos vacíos, glaseados. Irae no podía hacer nada, más que ver mientras Nayla forcejeaba, gritándole que se apurara. Irae cerró los ojos, y todo desapareció.


Una colina se extendía bajo un cielo violáceo. En la distancia, una docena de antenas parabólicas apuntaban hacia una mancha roja titánica, suspendida como una herida abierta en el cielo. Una niña jugaba entre el pasto quemado y el polvo amarillento. Al verla, se volteó y sonrió. No hacía falta que hablara. Ya lo sabía. El mundo no era lo que parecía. Nunca lo había sido. Pero ¿quién era entonces? ¿Esa niña? ¿Era ella?


Sí. Y no. Una fracción, un recorte transversal de una conciencia humana. Un ensamblaje de múltiples fragmentos, todos unidos en una única entidad que resonaba con ella.  Buscando desesperadamente hacer contacto. Por eso se sentía tan real. Por eso había sido imposible ignorarla.


Y algo más. Un código externo, un caballo de Troya, una porción de código, infiltrado en el recuerdo, con un mensaje “Por Irae”. El último recurso de un padre desesperado, lo había ocultado en su último recuerdo antes de morir. Este código permitiría ingresar a cualquier mente. Un poder por el que Neuma estaba dispuesto a matar.


Ahora Irae era un nodo más en la Red Residual. Aquí, en el constructo, el fragmento tenía la oportunidad de compilarse en un ente coherente, de adquirir forma, un yo. Había poder en esa conciencia emergente, nacida de la colectividad de mentes conectadas al metaverso. Una inteligencia plural, surgida de residuos. Y se lo ofrecía libremente.


La Red Residual se extendía como una conciencia distribuida, ramificándose entre cientos, miles de individuos. Dondequiera que los tentáculos de Neuma habían plantado sus algoritmos. Irae podía usar ese poder para aislar cada nodo y liberar los fragmentos. O podía tomar el control de la red. Usurpar a Neuma al centro de la telaraña, volverse una con ella.


Y la niña —ese eco suyo, ese reflejo destellando entre todos los otros— solo esperaba. Sonriendo, como si supiera que la decisión ya estaba tomada.

 

VI – Epílogo

No reconocía el rostro que la miraba desde la pantalla. Pero a la otra sí. A la niña. La que llevaba su nombre. Sonreía a su lado, como si compartieran algo que no podía traducirse en palabras. ¿Quién era entonces? ¿Cuál de las dos? ¿Había alguna diferencia? ¿Había ganado? ¿O era parte del juego?


Tal vez eso era lo que querían que pensara. Tal vez no estaba allí en absoluto, y su cuerpo caminaba por el mundo como un sonámbulo, obedeciendo órdenes que no entendía, haciendo la voluntad de Neuma con una sonrisa prestada.


Esta calma, esta sensación de resolución, ¿era solo una capa más en una simulación sin fin? Una muñeca, dentro de una muñeca. ¿Cómo saberlo? Los recuerdos en su cabeza, ¿eran suyos? ¿Eran reales? ¿Alguna vez lo fueron? ¿Acaso importaba?


Y Nayla. Tal vez esa mano entrelazada era apenas una reconstrucción, un anhelo encapsulado en código. El calor, sí lo recordaba. Pero los recuerdos también podían mentir. También podían construirse. Y, sin embargo, si todo era falso, ¿por qué dolía tanto? ¿Por qué el eco de su voz aún la alcanzaba en la estática? Como una promesa olvidada, como algo que alguna vez fue cierto. Tal vez eso bastaba. Tal vez no.


Lo único que importaba era su mano entrelazada con la suya, su única certeza.


Las espirales rojas del gigante gaseoso devoraban la luz del sol moribundo.


Irae parpadeó. Cerró los ojos. Se permitió descansar.


Solo por un momento.


Solo por ahora.

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